Predicador notable de la primera mitad del siglo XIX, Edward Payson fue uno de los pastores más influyentes del Segundo Gran Despertar. Hombre de gran piedad, que amó a Dios sobre todas las cosas, se alzó, desde la ciudad de Portland, como uno de los abanderados del Evangelio en el territorio estadounidense. Su predilección por la oración le valió para ser llamado por sus contemporáneos con el sobrenombre de “Payson, el hombre de oración”.
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Hijo del reverendo Seth Payson, Edward nació en el pueblo de Rindge, ubicado en el estado de New Hampshire, el 25 de julio de 1783. Desde temprana edad, se destacó como un ser humano de inusual inteligencia. A los 4 años, tras ser instruido por su madre Grata Payson, aprendió a leer, y a partir de allí su existencia se enrumbó por los caminos de la fe. Su gran deseo por conocer el amor del Señor lo llevó a estudiar las Sagradas Escrituras en su niñez.
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En 1800, a los 17 años, Payson ingresó a la Universidad de Harvard, la institución de educación superior más antigua de Estados Unidos, donde se distinguió por sus habilidades intelectuales y sus metódicos hábitos de estudio. Debido a su inusitado interés por la lectura, sus compañeros de clase se burlaban de él y comentaban que había devorado cada libro de la biblioteca. Alumno ilustre, culminó su formación en 1803 y se graduó con honores.
Luego de salir de las aulas de Har vard, el siervo del Todopoderoso sufrió la pérdida de su hermano en 1804. Entonces, optó por aceptar a Dios como su redentor tras percatarse que el mal lo asechaba de forma constante. Fue una decisión sustancial que completó su sometimiento al cristianismo y lo restauró de forma integral. En ese momento, en una carta dirigida a su progenitora, reveló que estaba determinado a difundir las Escrituras el resto de sus días.
PREDICADOR DESTACADO
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Convencido de que Dios lo había llamado para predicar Su Palabra, empezó una rigurosa preparación espiritual que lo encumbró, con el paso del tiempo, como un ejemplo de la evangelización en suelo estadounidense. En primera instancia, se dedicó a levantarse temprano todos los días para orar y leer la Biblia. Después, se sumergió en tratados evangélicos con el objetivo de nutrirse con la sana doctrina de grandes evangelistas, como Jonathan Edwards.
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Además, en esta época, inició su hábito de orar sin cesar que más adelante lo volvería un ilustre creyente. Asimismo, se consagró a estudiar Teología de rodillas. En esos días, pasaba también muchas horas postrado con las Escrituras abiertas delante de él y clamando a Cristo. Consciente de los pecados de su pasado, todos sus esfuerzos estuvieron dirigidos a eliminar la maldad de su vida. Del mismo modo, buscó el rostro de Dios para recibir su perdón, su amor y su bendición.
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En 1807, en pleno auge del Segundo Gran Despertar, Payson fue admitido como pastor en una iglesia de Portland donde permaneció hasta la fecha en que el Señor lo convocó a reunirse con Él en el cielo. Con apenas 24 años a cuestas, el flamante ministro, que predicaba las buenas nuevas con mensajes irrebatibles, emprendió una eficaz labor evangelizadora en medio del inusitado resurgimiento del cristiano que se abría paso en aquel momento en Estados Unidos.
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Solicitado por diversas denominaciones para ser su líder, Edward fue un efectivo pescador de almas. Edificada bajo férreos mandatos bíblicos, su congregación atrajo con sus sermones la atención de una infinidad de personas que conocieron a Cristo al escucharlo. Empero, como otros predicadores de su generación, él siempre esperó hasta que los principiantes en la fe empezaban a mostrar señales inequívocas de su conversión para admitirlos como miembros de su iglesia.
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EVANGELISTA CUIDADOSO
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Estricto en sus reglas de ingreso al Evangelio, el pastor recibió más de setecientos conversos durante los veinte años de su ministerio y contribuyó a diseminar la doctrina de Cristo en la región de Nueva Inglaterra. Pero, ¿cuáles fueron las causas de sus victorias para Dios? Una de las razones principales de sus triunfos fue la oración. Según el reverendo Edwin Janes, uno de sus biógrafos más diligentes, desgastó el piso de su habitación de tanto doblar las rodillas para orar.
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Otra de las razones de los resultados felices del misionero fue su fidelidad a las verdades contenidas en la Biblia y su rigor por mantener la sana doctrina. En ese sentido, creía con firmeza que la proclamación de la Palabra de Dios era su única ocupación. Por ello, escudriñaba el Antiguo y Nuevo Testamento y oraba muchas horas al día. La administración de su templo y las labores de consejería no lo distraían hasta que había satisfecho su tiempo con el Todopoderoso.
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La tercera razón por la cual el ministro del Altísimo llegó a ser un evangelista tan célebre fue porque predicaba las Escrituras con pasión. Aunque anunciaba las buenas nuevas con mucho amor y afecto, él en todo momento buscaba, como el teólogo inglés Charles Simeon, provocar y humillar a los fieles que lo escuchaban en lugar de consolarlos. Al respecto, solía afirmar que, si la gente podía mantenerse humilde, el consuelo del Señor llegaría tarde o temprano.
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En la cumbre de su pastorado, cuando su notoriedad se había extendido por toda Nueva Inglaterra, fue invitado por distintas iglesias para encabezarlas. Sin embargo, leal a sus ovejas, desestimó todas las ofertas que le llegaron. Igualmente, rechazó una serie de propuestas de templos más grandes de ciudades como Nueva York. Ambicioso por Dios, no por dinero ni por prestigio, él se mantuvo de forma incondicional junto al rebaño que el Salvador le había encomendado cuidar.
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LEGADO INAGOTABLE
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Intensa pero breve, la historia de Edward Payson llegó a su fin el 22 de octubre de 1827 cuando solo contaba con 44 años de vida. Meses antes, el héroe de la fe había sucumbido ante la tuberculosis y quedó postrado en su cama. En seguida, en su lecho, mientras sus sufrimientos aumentaban, su gozo por el Señor fue en aumento. Aunque perdió el uso de sus brazos y piernas, su esperanza en Cristo jamás se debilitó y lo alabó hasta su último aliento.
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Después de su muerte, fueron muchas las voces que intentaron explicar el poder de sus prédicas. Su elocuencia a la hora de divulgar el Evangelio fue estimada, por diferentes expertos en Teología, como uno de las mayores fortalezas de los innumerables mensajes que emitió en vida y que en la actualidad forman parte de un libro póstumo. La calidad de sus textos, ricos en espiritualidad, es solo comparable con la del Charles Spurgeon. Además, sus pensamientos brillan por su claridad.
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La comunidad cristiana de hoy puede aprender muchas lecciones del reverendo Payson. Su semblanza remarca la importancia de la oración para alcanzar la vida eterna que ofrece Dios a los que creen en Él. Hombre de humildad extrema, que disfrutaba pararse en el púlpito para evangelizar y que recomendaba orar mañana, tarde y noche, es un modelo de entrega al Señor que se valió de la investigación para desentrañar los misterios que atesoran las Sagradas Escrituras.
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Creyente piadoso, Edward Payson también es un prototipo de pastor comprometido con sus feligreses. Respecto a este punto, en la biografía trabajada por el pastor Asa Cummings a mediados del siglo XIX se revela que pasaba doce horas diarias estudiando la Biblia con el objetivo de transmitir la Palabra de Dios con la mayor pulcritud posible. Guiado por el Espíritu Santo, desplegó un intenso quehacer en pro del Evangelio que aún ahora es recordado con júbilo y emoción.